El NGSE desplegó su antena de baja ganancia. Posicionó los impulsores de aterrizaje. Se preparó para salir de órbita. Su Inteligencia Artificial incorporada inició todos los cálculos necesarios: no le llevó mucho tiempo. Ya estaban muy lejos los primeros pasos de la exploración del Sistema Solar, en las que las sondas robot llegaban a sus destinos a través de mil pasos de un delicado ballet gravitacional llenos de carambolas. Las sondas modernas tenían una capacidad de impulso casi indefinida, que podían gastar yendo de un lado para otro si las nuevas misiones lo requerían. Y últimamente eran tan baratas que estaban al alcance de muchas instituciones que, no necesariamente, habían de tener objetivos científicos o militares.
Décadas antes, a cuatro mil millones de kilómetros de distancia, en una Tierra bañada por el Sol y a veces velada por las nubes, la niña desplegaba sobre su cama las fotos que el padre le había traído. Mundos redondos y de vivos colores como una pizza; la nítida y rallada curvatura de los anillos; una piel de melón en los límites del Cinturón de Kuiper, suavemente marcada por leves líneas oscuras difundiéndose.
-Son géiseres. En Tritón hace tanto frío que el Nitrógeno cumple la misma labor que en la Tierra el agua hirviendo, y sale con toda la fuerza del vapor por los agujeros de la corteza, hacia el cielo.
-Y en Ío es el azufre ¿no, abuelo?- le contestó la niña, señalando una foto y otra, con cuidado de que el gotero insertado en su brazo no las desplazara.- Son preciosas.
-Sí, lo son. Ahora puedes bajarlas de cualquier lado, de Internet, del móvil. Pero estas son especiales; las trajo un astrónomo un día a mi clase, y nos habló de todos aquellos mundos, que sólo un poco antes eran puntos de luz en un telescopio y de repente se habían convertido en lugares hermosos por los que pasear en sueños. Repartió unas cuantas entre los niños; las más grandes, la señorita las puso en la pared, donde poco después ya nadie las miraba, salvo yo. Me las llevé a final de curso, y algunas la salvé de la basura. Esas arrugadas de ahí. ¿Cómo puede alguien ver una cosa así y decidir tirarla? Mira los colores de Ío, las suaves manchas frías de las nubes de Neptuno.
-Sí, son preciosas. Pero son antiguas, y algunas, como tomadas con prisa: esta de Amaltea está desenfocada. Ahora habrá fotos mucho mejores ¿no?. Hay naves enviadas por todos sitios, lo leí el otro día.
-Sí, pero no. Las fotos de galaxias son un poco más modernas, de un telescopio muy bueno que había en el espacio, antes de que tú nacieras. Pero después de esas, casi no hay ninguna. Estas fotos viejas son hermosas un poco por casualidad; sabíamos tan poco de aquellos mundos que unas simples imágenes nos aportaban mucho. Pero ahora que ya se sabe qué aspecto tienen, la información que se busca es otra, y no siempre es en luz visible. Medidores de partículas, rayos X, cosas así. El infrarrojo es útil, y si te acostumbras tiene su propia belleza; pero no es como recorrer un paisaje con los pasos de tu imaginación. " Pero claro, mandar una nave espacial hasta allí cuesta muchos años y mucho dinero; se busca información científica, no belleza. Y da un poco de pena.
-A mí también me da. Qué lata. Mira las revistas que me ha traído la abuela, sobre Macchu Picchu, sobre el Polo Norte, sobre el fondo del mar, y también el desierto. También me gustan, y las fotos son muy bonitas. Me contó la abuela que esta revista, hace muchos años, mandaba por el mundo a exploradores y científicos de verdad, que buscaban cosas que nadie había visto, ciudades perdidas y ríos en la selva, y eso. Ahora, en cambio, mandan fotógrafos a hacer fotos bonitas por todo el mundo, y la gente sigue comprando la revista. Podía haber también una revista de fotos del espacio. Me gustaría tanto ver una foto de Plutón, otra de Sedna...
-Sí, fue una lástima que la Voyager 1 se desviara a Titán para luego no ver nada más que nubes. Si no, podría haberlas hecho. Pero todo llegará, en unos años verás Plutón, y también Caronte.
Plutón, dios de un mundo postrero y más oscuro. Ni la niña ni el abuelo llegaron a ver sus fotos, ni, como ellos, tantos otros que las esperaban. Pero eran legión, que compraban revistas, viajaban con la imaginación desde sus sillones, y ansiaban más imágenes; a veces sus hijos heredaban aquel legado de sueño y curiosidad.
Desde el punto de vista de un editor, había demanda.
Y con el abaratamiento de la exploración espacial llegó el turno a una nueva generación de sondas de financiación privada, y décadas después el octavo explorador robótico de la National Geographic decayó de su órbita en torno a Tritón buscando sólo fotos, buscando la belleza.
Pero no se puede encontrar lo que no se reconoce. La IA del National Geographic Solar Explorer estaba desarrollada para entenderla, para buscarla, para no tener otro objetivo sino ella. En su camino hacía los límites exteriores del Sistema Solar había tomado muchas decisiones autónomas, a veces inexplicables, que los controladores desde la Tierra no podían anular, y a duras penas discutir: ¿Valió la pena el riesgo de cruzar los Anillos de Saturno? ¿era hermosa aquella serie animada del terminador de Japeto? La crítica era insegura, subjetiva. Y de todas maneras, la autonomía del NGSE era inquebrantable.
Fotos espectaculares de los géiseres de Nitrógeno, sobre un cielo azul nocturno, destacado sobre un borde gris, verde, de vetas de hielo y roca. Hermoso y aterrador, un entorno inseguro. La Trito Lander de la Nasa había resultado dañada, y perdido casi todo contacto con la Tierra, muchos años antes, por orbitar demasiado cerca de un penacho de gas que fue mucho más alto y fuerte de lo que nadie podía haber supuesto.
Pero el NGSE era treinta años más moderno, dos mil veces más inteligente y fiable. Se posó incólume a unos kilómetros del geiser más activo, y fue alejándose de él a pequeños saltos, hasta encontrar un encuadre adecuado de la erupción, de la orografía, del horizonte. Al fin encontró la posición perfecta.También había que tener en cuenta la luz: el exiguo Sol aún estaba demasiado bajo. Esperaría; entre tanto, memorizaría la posición y se acercaría a hacer unas fotos de aquella roca lejana de extraña forma que había detectado un poco más lejos.
Así el NGSE encontró a la Trito Lander, mejor dicho, la Madison. Pese a los daños, había logrado aterrizar y enviar una señal a la Tierra. Poco más pudo hacer, y de ella nunca se recibió información científica útil. Sus controladores del JPL se conformaron con bautizarla Madison Memorial Station, en homenaje a uno de ellos fallecido recientemente, y tras unas semanas abandonaron para siempre la escucha. Y entre la nieve criogénica se quedó la Madison, y nunca supieron, aunque alguno lo sospechara, que lo único dañado de ella era el sistema de trasmisión, y que la sonda trabajaba.
Su reactor nuclear la había alimentado durante treinta años de recopilar datos, y la mantendría activa algunos más. Gigas de datos de información bullían en su memoria, y aunque mucho más antigua, era lo bastante inteligente para saber que no habían sido recibidas, que su misión no se había completado, y un antiguo protocolo obligatorio en todas las sondas le permitió solicitar a la NGSE su ayuda como repetidor: un atavismo automatizado de cuando las primeras sondas sobre el suelo de Marte se apañaban para mandar sus datos usando el primer satélite que aparecía sobre el horizonte.
¿Quién puede decir lo que piensa una IA verdadera, como la del NGSE? Tal vez supiera que los datos que estaba recibiendo eran innecesarios hace mucho. Aún así, los recibió y reemitió. Una leve interrupción en su misión, una anécdota que seguramente resultaría interesante a los lectores y usuarios del canal por cable: el hallazgo de la sonda perdida como los antiguos exploradores encontraban ruinas antiguas, o pecios de naufragios. Nadie se preocupó en Tierra cuando los datos recibidos del NGSE fueron, durante un tiempo, las obsoletas mediciones de la Madison, ni cuando después las fotos siguientes no fueron de los espectaculares geiseres, ni del pálido azulado Neptuno sobre el horizonte, sino largas series de encuadres de una sonda semienterrada en la nieve, inmóvil, con su generador exánime y su electrónica moribunda.
Durante un tiempo que se convirtió en meses, y luego en años. Y una imagen tras otra de la antigua sonda, con diferentes luces y diferentes ángulos, y filtros que favorecían los matices. Su utilidad cartográfica, programada para ir bautizando los accidentes que encontrara de forma automática con nombres de suscriptores y miembros de la Sociedad Geográfica Nacional, bautizó todo aquel paraje de una forma anómala: Madison ¿Quién sabe lo que hay dentro de una IA avanzada?
Cuando un buscador experto de la belleza está tan seguro de haberla encontrado ¿quién tiene autoridad para decir que se equivoca?
La Madison no duró mucho más, y al fin calló en su suave parloteo que había durado tanto tiempo y nunca había podido atravesar el espacio sin ayuda. El NGSE recogió y amplificó sus últimas palabras binarias, y tras un tiempo inactivo, como reflexionando, aquella inteligencia autónoma, al que sus controladores habían ya dado por perdido merced a un extraño defecto de programación, hizo a su modelo una última serie de fotos de despedida desde el cielo, mientras sus impulsores lo alejaban de ella, en una potente serie de saltos, y al fin le daban la vuelta para continuar su misión, encaminándolo hacia el horizonte, para seguir fotografiando los géisers de Madison County.Etiquetas: Elipses |