 Ha pasado un siglo desde que El Enviado visitó nuestro sector de la Galaxia. Los cientos de razas civilizadas viven ahora en una perfecta paz y armonía gracias a sus enseñanzas: no hay guerras, no hay disputas, no hay miseria, y nunca más podrá haberlas.
Y los últimos verdaderos klingons estamos en esta nave, dirigiéndonos de cabeza a un sol, porque nuestro mundo se ha terminado.
La Fuerza del Enviado nos impide incluso luchar entre nosotros; ni una honorable muerte en duelo se nos permite. Así que arrostraremos el fulgor de la estrella a máxima velocidad y a ella dedicaremos nuestros cantos guerreros, nuestras poses de batalla.
El primer canto lo entonó Warrogg. Sus ojos inyectados en sangre no se desviaron del disco estelar pese al resplandor, ni por un momento, y glosó la primera razón que nos empujaba al suicidio.
-¡Ese campo de compulsión psíquica que impide las disputas y fuerza siempre a razonar y dialogar! - Lanzó un rugido de rechazo - ¡¡¡Warrggggggg!! ¡¡SOMOS KLINGON!!
El siguiente canto lo entonó Zerrdok. Su espada ceremonial apuntaba al centro de la estrella que seguía creciendo en tamaño en el visor de nuestra nave, su hoja acerada brillaba con destellos de sangre.
-¡Esa nueva configuración del subespacio que impide proyectar rayos de energía, fásers y torpedos! ¡¡¡Warrggggggg!! ¡¡SOMOS KLINGON!!
Me tocaba a mí, y debía apresurarme. Sólo quedaban unos segundos antes de la colisión; las mías serían las últimas palabras que un verdadero klingon pronunciaría en toda la Historia. Me encomendé a mis antepasados pidiendo estar a la altura de las circunstancias.
-¡Esa nanotecnología omnipresente que limpia nuestros dientes de sarro y los deja en todo momento blancos y brillantes! ¡¡¡Warrggggggg!! ¡¡SOMOS KLINGON!!
Los campos de fuerza cedieron y nos fundimos en aquella masa interminable que palpitaba en una batalla eterna de llamas. Etiquetas: Pastiches |
