Nací en un campo de batalla, en el norte lejano. Apenas llegado a este mundo, mi padre me sostuvo en sus poderosos brazos de herrero, me expuso al frío aire de Cimmeria, y me mostró la montaña donde habita Crom. Más tarde una vidente me profetizó que mi nombre y mi ocupación estaban grabadas a fuego con una firmeza como las de ningún otro en las tablas del destino, donde Crom anota el destino de cada uno en runas indelebles y deja que se cumpla con absoluta indiferencia.
Las mías estaban con tanta firmeza grabadas, me dijo, que ese destino, que ella veía relacionado con largos viajes y vagabundeos, con cuchillos de filos afilados y con cuellos de miles de hombres de todas las razas y países que acabarían bajo mi filo, guiaría siempre mis pasos con una fuerza irresistible, y de él me sería imposible escapar aunque quisiera.
Ni yo quise. Apenas un muchacho me encaminé al sur de fabulosas ciudades, en busca de botín y de aventura. Encontré en una vieja tumba una hoja mágica, que obedecía a mi voluntad con tanta precisión como si fuera parte de mi cuerpo, que no podía romperse y que siempre se mantenía afilada como un escalpelo, y ella ha sido desde entonces mi más fiel compañera. Tras unas cuantas andanzas juveniles de robo y vagabundeo, encontré ocupaciones más estables y productivas, y en ellas he andado todas las ciudades del sur y del oeste, ganando mucho oro y logrando que mi fama me preceda donde voy. Así que nada más entrar por las puertas de una ciudad, ya me esperan, y cuando me instalo en la plaza del mercado a hacer mi trabajo, ya tengo un buen grupo de clientes haciendo cola con sus bolsas repletas, y todos se sientan ante mí y me exponen sus pretensiones, y me pagan más que a ningún otro. Porque mi hoja mágica está siempre afilada, y no les da tirones cuando les recorto el cabello de la nuca, y siempre obedece mi voluntad con precisión, y a nadie saca ni una gota de sangre cuando les afeito. Más de un rey me ha ofrecido grandes sumas por ser su tonsor personal y exclusivo, para dar envidia a sus vecinos. Algunos incluso han pretendido obligarme, y recluirme en sus palacios como un prisionero de lujo, pero la astucia y la suerte me han mantenido siempre libre de compromisos, y no me cabe duda de que así ha sido porque ése es mi destino, que está grabado a fuego en las tablas de la vida, y que nada se puede contra él, aunque a veces me pregunto qué hubiera sido de mi vida si esas runas indelebles hubieran variado, aunque fuera en una letra, y los mágicos espíritus que las leen y hacen cumplir sus designios, al acercarse a consultarlas hubieran podido leer cualquier otra cosa, en vez de lo que pone ahora: "Conan el Barbero".
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