Catilina derribó a Cicerón con una torpe llave y se subió al estrado del Senado con una daga en la mano.
"Totus quisque ad suelo!", gritó, sin ser obedecido. Una daga no intimidaba mucho a ciento veinte senadores, muchos de ellos antiguos tribunos curtidos en mil batallas. Viéndose rodeado, Catilina apuntó su daga al techo de la sala y terminó lanzándola a lo alto, un acto sin sentido que sorprendió a todos, hasta a él.
Dos mil veinte años más tarde, una mañana de marzo de los años 80 del siglo XX, Felipe González fue arrinconado en el Congreso por sus fieles, antiguos adversarios a los que había vencido y perdonado, y unido a su causa. En el corredor de los pasos perdidos, Alfonso Guerra, Tierno Galván, Fernández Ordóñez y Boyer lo rodearon y procedieron a presionar sus costillas y su cuello con sus puños desnudos, extrañados ellos mismos de lo vacío de sus actos, de lo vacío de sus manos.
Guerra fue más allá, y le arreó en la espalda con el portafolios.
-¿Tú también?, ¡¡bruto!! - se revolvió el césar, dolorido.
En estos, y en muchos otros días de hechos extraños, soplaba el viento de los Idus de marzo, un aire trágico y confuso, a veces brisa, a veces torbellino, que mezcla días, que atraviesa las capas y las togas, que arrastra las hojas de los calendarios, los papeles de los periódicos, que hace batir los postigos de las ventanas del tiempo. Etiquetas: Epiciclos |