Hombrecillos verdes
Una visita en clave de humor a las imágenes clásicas de la ciencia ficción.
martes, marzo 21, 2006
La madre que está en el mar.
Una tarde que llovía, el pequeño Lafcadio se quedó en el trastero de su casa jugando a las canicas. Buscando una de ellas que se había perdido entre los tablones del suelo, encontró un compartimento secreto. Dentro, en una caja de madera lacada, había una pieza grande de tela irregular, tal vez cuero, grisáceo y flexible. Con su nuevo descubrimiento, se fue a su casa.

-Mamá, mira lo que me he encontrado.

La madre se sobresaltó tanto que casi dejó caer la bandeja de comida que llevaba.

-¡Hijo! ¿Dónde has encontrado eso?

-Estaba en el trastero, escondido en el suelo. ¿Tú sabes lo que es?

-¡Dámelo, dámelo enseguida!

Apenas la madre tuvo aquella cosa en sus manos, la guardó en la manga de su vestido. Se arrodilló ante su hijo, y le besó la frente.

-Adiós, hijo. Tengo que irme. Tu padre sabrá dónde estoy.

Tras decir eso, salió corriendo a una velocidad imposible para un ser humano, fuera de la casa, hacia la playa. Mientras corría, iba arrojando tras sí toda su ropa, que el niño, que la perseguía llorando y llamándola a gritos muy por detrás, iba recogiendo como podía.

-Mamá, mamá ¿dónde vas desnuda? Vuelve, vuelve.

Por el camino hacia la playa, el pequeño Lafcadio se encontró a su padre, que al oir los gritos venía también corriendo. A lo lejos, por un momento, pudieron ver a la mujer, que corría desnuda con sólo aquella tela gris en una mano. Cuando llegaron a la playa, no vieron a la madre. Sus huellas llegaban hasta las olas.

El hombre y el niño lloraron junto al mar. Luego, su padre le contó a Lafcadio esta historia:

-"Yo encontré esa cosa que se ha llevado tu madre hace muchos años, antes de conocerla. Es una piel de foca, y tu madre nunca supo que yo la tenía.

"Poco después de encontrar la piel, me encontré a tu madre. Iba desnuda por la playa, y era la mujer más hermosa que había visto. Me dijo que había perdido su piel, y que si la ayudaba a buscarla me daría lo que yo quisiera.

"Según me contó, algunos seres que parecen focas son en realidad sirenas, y bajo la piel son bellas mujeres. Ella se había dormido en un arrecife, el sol había resecado y desprendido su piel y la marea la había arrastrado.

"Le dije a tu madre que yo la ayudaría, y que a cambio, ella sería mi esposa hasta que la piel apareciera. Ella estuvo de acuerdo, pero me dijo que si esa piel era quemada o rota ella moriría al instante, así que escondí la piel todos estos años, y nunca le hablé de ella, porque la quería. Ahora ha encontrado su piel y no volveremos a verla.

Padre e hijo buscaron a la sirena por la playa, y en una barca, muchos días. A veces vieron a lo lejos una foca de un extraño color gris que parecía mirarlos con familiaridad, y se acercaron para escucharla, pero de ella nunca oyeron ninguna palabra de afecto, sólo los gañidos que pueden esperarse de un animal.

Esta historia ocurrió realmente, hace muchos años, en el sureste de la Península Ibérica cuando aún había focas en el Mediterráneo, y su relato se extendió por todo el viejo mundo. El tiempo ha hecho que se olvide en casi todas partes. Los pescadores japoneses de la isla de Iki han conservado la versión más fiel, pero en Occidente sólo se recuerda de estos hechos alguna alusión incompleta inscrita en otras leyendas, algún retazo de una canción infantil, y expresiones populares de origen oscuro y significado desvirtuado, como cuando en España se oye a alguien
decir...

"¡Tu madre es una foca!".

(O tu mujer)

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escrito por Ignacio Egea @ 12:05 p. m.  
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