Hombrecillos verdes
Una visita en clave de humor a las imágenes clásicas de la ciencia ficción.
lunes, marzo 20, 2006
Espíritu indomable.
La columna de infantería marchaba abajo, en el valle, al son de las gaitas. Los rifles de los pashtunes la seguían, la apuntaban, disimulados en las rocas del desfiladero, esperando del sanguinario Tugrhan Pachá la señal de abrir fuego, señal que no llegaría hasta que el invasor avanzara un trecho más, hasta que la trampa fuera completa. Hasta entonces el silencio total so pena de la vida era la consigna entre los nativos que preparaban la emboscada.

Silencio roto por una corneta en lo alto del acantilado. Una enteca figura vestida con el uniforme de las tropas auxiliares británicas se desgañitaba en el cobrizo metal, convertía todo el aire de sus pulmones en un ruido lleno del tono desabrido, de la fuerza de atención irresistible de las sirenas, el barritar de un elefante lleno de urgencia, pero sabio, que avisara a los soldados en el valle del peligro mortal que adelante les aguardaba: el toque de retreta del Regimiento.

La columna interrumpió su marcha y procedió a adoptar posiciones defensivas. Los guerrilleros supieron perdida la batalla; Tughran Pachá levantó sus ojos furiosos a lo alto y vio la figura del corneta que había perdido por completo a su causa. Los ojos y los rifles de los demás pashtunes también se alzaron hacia aquel hombrecillo, y la señal de fuego se dio, y fue obedecida, y cien bocas de acero escupieron fuego contra él, el sonido de los disparos tapando tan sólo por un instante la fanfarria de ecos marciales que viajaban por todas las cumbres de los desfiladeros.

Calló Gunga Din a los pocos disparos; unas rocas y el silencio ocultaron su cuerpo caído por un instante; se alzó de nuevo tambaleante y volvió a resoplar el toque militar; más disparos no lograron detenerlo hasta que uno lo lanzó hacia atrás de golpe, arrancó una explosión rojiza de su pecho. La figura, sangrante y encorvada, volvió a levantarse en un instante, y continuó trompeteando sin casi vacilación, con el aliento apenas perturbado.

El fuego arreció aún más, con rabia y pasmo. Un impacto en el brazo, otro en la pierna. Como un muñeco roto, Gunga Din seguía tocando, arrodillado en las piedras, desmadejado, sacudido por los disparos que seguían dando en el blanco, sin interrumpir su toque, que se iba degradando poco a poco de barrito al gorjeo de un pajarillo moribundo, más no se interrumpía.

Una ametralladora Gatling, de 300 disparos por minuto, la joya del soborno ofrecido a los rebeldes por un imperio extranjero, traída de contrabando por las montañas y atesorada en el serrallo de Tugrash Pachá hasta que llegara el ansiado asalto a las llanuras, fue aprestada y disparada entonces contra el corneta indomable. El tremendo poder de fuego de la moderna arma arrancó esquirlas de piedra del roquedo, arrancó casi por completo el brazo izquierdo de aquella figura desmadejada a la altura de su hombro, desgajó gran parte del abdomen, sin que dejara de oirse aquel sonido de metal tronante y testarudo. Al fin un chorro de balas bien dirigido arrancó la mano derecha que sostenía la corneta; por desgracia o por suerte, la boquilla del instrumento quedó firmemente sujeta por los dientes, Guga Din siguió tocando como pudo, aunque sin poder oprimir los labios por no poder soltar la presa de sus dientes, el soplo en la boquilla, por muy fuerte que se hiciera, se traducía apenas en un sonido ridículo, como de pedorreta, y pedorreteando con las fuerzas que le quedaban, el destrozado Gunga Din siguió esquivando el fuego, a la pata coja, moviendo los brazos inertes a cada salto, como un pajarillo zombie, avisando con sus últimas fuerzas que no parecían extinguirse a una columna de infantería, abajo en el valle, que había sido avisada de sobra por los disparos hacía más de diez minutos, y cuyo estado de ánimo comenzaba a transitar de la alerta a la curiosidad, y luego al tedio.

-Bang, bang, bang, ra-tat-tat-tata-tat-ta - bramaban los mausers y la gatling de las hordas de pashtunes.

-Prrrrtttttt, prttttttttt, prrrrrrttttt, boing, boing, boing - respondía Gunga Din, lanzando pedorretas al abismo mientras daba saltitos entre las explosiones.

-Boum, boum, boum - tronó la artillería ligera de campaña del regimiento británico, que no tenía otra arma útil a tanta distancia. Los pashtunes se agazaparon temiendo lo peor, hasta que vieron que los obuses caían en el desfiladero opuesto, donde pedorreteaba a la pata coja Gunga Din de risco en risco, sin darse en ningún momento por aludido.

-¡Qué desastre! ¡Qué ridículo!- gritó el ayudante del Director de Campaña, tirándose de los pelos frente a los monitores. - ¿Por qué no se le ha programado a ese robot una actuación fija, en vez de ordenarle que tocara la corneta mientras pudiera?

- No es tecnicamente posible. Estas presentaciones incluyen seres humanos, ya lo sabes. Si programas actuaciones fijas, en el momento en que interactúan con un ser humano, que puede responder de muchas formas, y en tiempos que no son los prefijados, puede ocurrir cualquier cosa, incluso peligrosa para el cliente. Y aunque no lo sea, el cliente se siente estafado, se pone furioso porque le aguan la ilusión de verosimilitud de su aventura, que le ha costado tanto dinero. En cambio, de esta manera, se cometen muchos menos fallos. De hecho, éste es el primero, y no creo que tengamos reclamaciones, porque estoy observando que los clientes inflitrados en ambos bandos se están tronchando de risa. Mecachis, ¿quién iba a suponer que un robot condenado a la destrucción iba a tener tanto aguante, muy por encima del margen de seguridad estimado? ¿A quién se lo compramos?

-He estado buscando el dato. Parece que es un montaje de urgencia de nuestros propios talleres, con piezas sobrantes de diversas procedencias, especialmente de remanentes obsoletos del programa espacial: piezas procedentes del laboratorio donde se montaron las sondas Spirit y Opportunity, por ejemplo.

-Ah, claro. Ya lo entiendo.

FIN

Dedicada al explorador marciano Spirit, en estos momentos de vacilación.

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escrito por Ignacio Egea @ 1:34 a. m.  
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