 La entrada al recinto era un hueco sórdido excavado entre roca y raíces añosas. Luces débiles pero de tono poco natural, fatuo y enfermizo, alumbraban precariamente aquel lugar de mala fama en el que tendría lugar su primera prueba. El joven padawan se estremeció y retrocedió involuntariamente de aquel acceso. Su maestro se puso a darle ánimos.
-Es un rito por el que tarde o temprano tenías que pasar, muchacho. ¿Quieres, o no quieres, ser un Jedi?
-Claro que quiero, es para lo que he nacido, pero no hago más que acordarme de mi amada Nelvana, del planeta Pstarrok, pura y limpia como un arroyo del deshielo.
-Recuérdala siempre, chico. Pero es la antigua ley: a los Jedi se nos niega el amor. Y ahora, entra ahí, y que la fuerza esté contigo.
-Dame algún último consejo, maestro.
-Yo creo que mejor que te vayas con Agramufa, la biónica. Está un poco mayor, pero es cariñosa con los primerizos. A Ctchoctchowuarra la wookie ni te acerques, que te puede pegar algo. Hale, valor, queda como un macho, y no desperdicies los veinte créditos de la colecta, que para mí los quisiera. Ya sé que la primera vez da un poco de miedo...
-Y asco, maestro, también asco.
-Sí, puede ser, pero es necesario para mantener la moral alta, o el día menos pensado empezarás a tener ideas muy raras sobre lo que te gustaría hacer con la espada láser, y con todo ese rollo hemos tenido muchos accidentes tontos pero desagradables. Venga, venga, adentro, y que la fuerza te acompañe.
El joven padawan se encaminó a la puerta de aquel antro oscuro y de aire siniestro, a afrontar la primera prueba, el eterno rito por el que han pasado cientos de generaciones de guerreros solitarios, desde que el mundo es mundo.
Y algo en su interior se despidió, una vez más, y esta vez para siempre, de las bellezas cristalinas como arroyos y las puras y eternas promesas de amor que se intercambian los niños cuando juegan a amantes. Etiquetas: Pastiches |