Hombrecillos verdes
Una visita en clave de humor a las imágenes clásicas de la ciencia ficción.
lunes, mayo 15, 2006
La tierra Santa e Inmutable.
Que otros desarrollen sus industrias. Que otros hagan sus revoluciones. Nosotros, en esta tierra bendecida por Dios seguiremos para siempre igual: el té se sigue haciendo en samovares de carbón; los arenques no tienen más conservantes que la santa sal del mar y de la tierra; vemos a los siervos de la gleba roturar los campos helados con los arados mientras vamos al baile del Zarevicth con los trineos engalanados con campanillas.

Ojalá supiéramos cuál fue el error que cometió el resto de Rusia. Algo debió ofender de algún modo al Todopoderoso para que retirara su protección al reino y a la corona, para que la sangre de nobles y plebeyos corriera, y esas espantosas máquinas de acero sembraran la muerte y el fuego por el aire y la tierra, como llevan haciéndolo tantos, tantos años.

Pero la bendición no se ha retirado de nuestra tierra, de la antigua diócesis que fundara el Santo Patriarca Retrov hace siglos sobre las piedras angulares del rezo y la tradición: cuando una de esas máquinas sobrevuela nuestras fronteras, cae como una piedra. Los carros sin caballo se paran y cesan sus humos, y hasta las balas de cañón caen a plomo, en vertical, no importa con qué fuerza se lancen. Nosotros seguimos como siempre, nuestras vidas, y todo lo más, si notamos algún movimiento de tropas en la frontera, rezamos con más fe.

La fe hace milagros; las veces que han entrado divisiones completas, armadas sólo con bayonetas, a arrollarnos por el número, a apropiarse de la única porción que queda aún pura de la Santa Madre Rusia, a los que vienen, el odio se les transmuta en sumisión devota; los libros impíos, en breviarios; las fotos de sus caudillos, en iconos.

Y así se incrementa un poco el número de nuestra servidumbre, feliz y contenta de asumir el destino que para ellos ha dispuesto Dios, y nosotros seguimos nuestra vida, al mismo tiempo devota y divertida, y cuando es tiempo hacemos ayuno y penitencia, y cuando llega la ocasión, volvemos a engalanar los trineos y las salas de baile, y en un eterno y suave vals celebramos la santidad de nuestras vidas, que son prósperas y agradables gracias a que seguimos los mandatos divinos tal y como nos los transmitió el santo patriarca Retrov, y somos fieles a nuestra fe y llevamos siglos así, sin ningún cambio.

Bueno, sólo uno: aunque aquí, claro está, estábamos a salvo, cuando nos llegaron noticias de que Alemania había entrado en nuestra añorada Rusia a sangre y fuego, y un castigo más se había cebado sobre aquel pueblo desgraciado, privado de su Zar y de su fe, decidimos eliminar toda referencia germana de nuestro territorio, y a nuestra capital, San Retrevsburgo, le pusimos un nombre puramente eslavo: Retrogrado.

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escrito por Ignacio Egea @ 2:27 p. m.  
1 Comments:
  • At 1:38 a. m., Anonymous Anónimo said…

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