
Vivimos entre estos farallones de roca infranqueable. El mito dice que son las escamas del lomo de un dragón gigantesco que vuela por el espacio y por el tiempo, y que las rocas nos abrigan del frío del vacío y de su hálito ardiente.
Grande es el dragón, y una vida tarda en recorrerse nuestro valle, pero me parecía un horizonte estrecho: un jinete del dragón debe sentir el viento en la cara y ver a dónde va.
El viento del otoño depositaba blancas escamas, ligeras e irrompibles. Con ellas armé una cometa, montado en ella sobrepasé las cimas de los acantilados, y vi más montes sobre ellos, y sobre ellos otros más. El aire se volvió fétido y caliente: las escamas de la cometa eran ignífugas, no mi piel. Dolorido, aterrado, me juré besar la tierra si descendía vivo.
Y descendí, después de haber mirado sobre todas las montañas, pero no me incliné a besar cuando pisé el suelo. Mis compañeros me preguntaron:
-¿Saliste del valle?
-Sí, lo vi todo.
-¿Existe el dragón, y cabalgamos su lomo?
-Lo primero es verdad, no lo segundo.
-¿Dónde vivimos, pues?
-No sé, es demasiado grande.
Mentí, e incumplí mi promesa de besar el suelo. Mi dignidad había sufrido un duro golpe con la revelación, pero ni por esas, iba a besar al dragón justamente *ahí*.
P.D. Las blancas escamas de la cometa eran caspa. Etiquetas: Elipses |